Presentación

Hasta ahora me habia dedicado a escribir sobre los conciertos a los que acudia. Alguna vez he sentido la necesidad de escribir, casi siempre sobre música, pero sin hacer referencia a ningun concierto, sino simplemente sobre lo que pienso o siento respecto a algunos temas y hoy me he dado cuenta de que lo que tenia que hacer era crear un nuevo blog para estas cuestiones.
Aqui iré dejando caer mis reflexiones, mas o menos serias - intentare que sean poco serias - sobre cualquier tema del que se me ocurra escribir, sea musical o no.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El primo Fernando

A Fernando Fernández, dibujante.

Anoche, a través de un correo electrónico enviado por mi hermano - quizás el email se esté transformando ahora en el equivalente a los clásicos obituarios de prensa -, recibí la noticia del fallecimiento del dibujante Fernando Fernández, el pasado 10 de agosto.

Se reavivaron en mi muchos recuerdos relacionados con “el primo Fernando”, que fue como siempre nos referimos a él en mi casa .

En los años los 60, en una pequeña provincia como Almería, que alguien se dedicase a lo artístico debía suponer un verdadero shock familiar . En esa época lo más valorado era un puesto en la banca, ser dependiente de algún floreciente negocio de provincias o, un clásico, ser médico o abogado de prestigio, aunque eso estaba reservado para los mejor situados. Sin embargo nosotros, entre otras curiosidades familiares que ahora no vienen al caso, teníamos un primo dibujante. Durante mi infancia, en la que siempre manifesté un enorme interés por el dibujo, siempre recordaré las referencias que mis padres me hacían a ese primo hermano de mi madre que residía en la cosmopolita Barcelona, y que se dedicaba a lo que aún se consideraba un arte menor y casi excéntrico, el dibujo de viñetas. Vamos, que el primo Fernando hacía, como se decía en la época, tebeos.

Para un niño como yo, insaciable devorador de Mortadelos, Asterix y cualquier cosa cuyo texto estuviese encuadrado en aquellos fascinantes globitos que apuntaban a cada personaje, ese hombre era un mito.

Y llegó mi pre-adolescencia, quizá contaba yo con 11 o 12 años cuando, tras una conversación telefónica de mis progenitores con él, me encuentro con la sorpresiva propuesta por su parte de pasar unos días en Barcelona. “Así podrá estar mi estudio, y ver como dibujo” – dijo. Imaginad mi ilusión.

Aquel viaje fue muy especial para mí, ya que confluían algunas primeras experiencias en mi vida. El primer viaje en avión , yo solo con toda una bonita azafata pendiente de mi, mi primera visita a Barcelona, una gran ciudad, algo que impresiona bastante a quien en aquella época estaba acostumbrado a pensar que la calle más larga que existía era El Paseo de Almería. Y, además, iba a conocer al tan mentado primo Fernando.

Y no me defraudó nada de aquella experiencia, la verdad. Recuerdo bajar del avión, algo asustado, con mi maleta, y buscar durante algunos minutos por entre la gente que venía a recibir a los viajeros. Mis padres no supieron describírmelo bien – hacía muchos años que no lo veían – pero yo buscaba a alguien con un aspecto similar al de mi padre en aquella época, ya que debía ser de su edad. De repente, un señor con una poblada barba y un peto vaquero de color azul, con alguna que otra manchita de pintura, se abalanza sobre mí, con una amplia sonrisa, y me suelta “Tú debes ser Ramoncito, no?”. Tras unos breves segundos en los que se me heló la sangre pensando que de mi primer viaje iba a surgir mi primer secuestro, comprendí que ese tenía que ser el bohemio dibujante del que con tanta admiración hablaban mis padres.

Fueron unos estupendos días de vacaciones en los que tuve el privilegio de visitar su estudio en Barcelona, y perderme por los estrechos pasillos que se formaban entre estanterías llenas de comics. Un paraíso para alguien de mi edad. Recuerdo, como curiosidad, un maniquí femenino que tenía en el estudio, donde estaban señaladas ciertas partes, con anotaciones como “Triangulo de las Bermudas” y chorradas así. Y también recuerdo muy bien su mesa de trabajo, con gran cantidad de fotografías de sus dos hijos, jugando en algún parque, que le servían de modelo para los personajes de lo que andaba dibujando en ese momento. Incluso presencié algún que otro retoque que Fernando estaba dando a esos libros juveniles que estaba ilustrando en aquella época y que, además, después tuvo el detalle de regalarme. Paseamos durante unos días por la Barcelona de los setenta, con su particular trazado cuadriculado que tanto me asombró, de la mano de su mujer y de sus hijos, Eva y Hector, de quienes también guardo un magnífico recuerdo. Amabilidad y cariño fue lo que recibí por parte de todos, desde luego. Tras los primeros días en la capital, nos trasladamos al pueblo donde veraneaban, Cubelles, que tenían allí lo que los catalanes llaman “una torre”, y aquí llamamos “un apartamento”. El pueblo era también conocido por ser cuna de Charlie Rivel, donde el famoso payaso es toda una institución. Allí pasé una semana más, también disfrutando de la compañía de su familia, a ratos permaneciendo en silencio en su estudio – tenía otro pequeño estudio allí, para no perder el hábito, y seguir trabajando – leyendo o simplemente viéndolo dibujar. Aunque, lo reconozco, la mayor parte del tiempo la pasé con sus hijos y su pandilla de amigos, yendo a la playa o al cine de verano. Al fin y al cabo, yo era un niño y estaba de vacaciones.

De aquella experiencia aún guardo una corta película familiar en súper 8, con poca calidad de imagen, pero suficiente para recordar mejor aquellos días. Curiosamente, la música de fondo que mi padre le puso eran unas setenteras versiones orquestales de temas de Los Beatles.

Tras ese viaje, en el que aquel lejano familiar artista se transformo en una persona cercana y amable para mi, pasaron algunos años en los que volví a perder la pista de Fernando, e incluso también mi afición al comic y al dibujo, que fue sustituida paulatinamente por otra de las grandes artes, la música, pasión que conservo hasta la fecha.

No obstante un buen día apareció por mi casa un antiguo vecino y buen amigo mío. Me traia un regalo, un libro. Aquel libro se titulaba “ Y nos fuimos a hacer viñetas”. Este amigo, Francis Belda, estaba realmente emocionado. Era un gran aficionado al comic, y se había enterado de que me unía un parentesco con Fernando Fernández. En ese libro se hablaba de los grandes del comic español, y le dedicaba todo un capítulo. “Eres familiar de un genio!!!” me insistía mi amigo. Cuando le conté que había pasado unos días con él, años atrás, recuerdo que no ocultaba su sana envidia. Lógicamente devoré aquel libro en el que Javier Coma contaba algo de la vida y milagros de ese artista del pincel que era mi lejano tío, que entre los aficionados a ese género era toda una personalidad, con obras ya en ese momento clásicas como “Zora y los hibernautas”, publicadas en la que en aquella época era la revista estrella del comic para adultos, la “1984”.

Aún así, y como la vida siempre nos lleva por donde quiere, y a mí no me llevó por los caminos de las artes plásticas sino por los de la armonía, melodía y ritmo, no volvía a tener contacto con él, salvo algunos comentarios de mis padres en ocasiones, hasta hace unos tres años. Una de mis tías me dio la noticia de que disponía de una página web y, lógicamente, entré a visitarla. Le envié un correo, contento de contactar con él de nuevo, contándole algunas de mis andanzas artísticas y preguntándole por las suyas, sin tener la seguridad de respuesta, suponiendo que, por su edad, quizás lo de las nuevas tecnologías no sería lo suyo. ¡¡¡ Pero si que recibí contestación, desde luego !!!. En ella me manifestaba su alegría por re-encontrarse conmigo, me contaba sus recientes actividades y me decía que había visitado mis web musicales Además coincidíamos en la afición por el jazz y la bossa nova. Me pedía que le mandase pronto algunas grabaciones mías. Como uno erróneamente piensa que siempre habrá tiempo, no llegue a enviárselas. Me comentaba que no dejara de avisarle si iba por Barcelona por motivos artísticos o personales. Anoche releía ese correo – tengo la manía de no borrar casi ninguno – y sentí una gran tristeza al saber que ya no podría ser.

Busque por la red y encontré algunas referencias a su fallecimiento, casi todas ellas frías y profesionales, y pensé que al menos yo le debía unas palabras algo más cercanas, porque aunque nuestra relación personal fue corta, debido sobre todo a la distancia que nos separaba, fue alguien a quien siempre tuve presente como ejemplo de buen profesional y, sobre todo, de buena persona. Siempre estuve orgulloso de que nos uniese ese vínculo familiar.

Allá donde estés, “primo Fernando”, no dejes de dibujar nunca.

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